El alcohol: ese amigo traicionero que te hace hablar de más
No te conviertas en el valiente del karaoke
Todos tenemos a ese compañero que después de dos copas se siente Luis Miguel y se adueña del micrófono. El problema no es que cante, sino que entre canción y canción le da por soltar “verdades”. Desde confesarle su amor a la chica de contabilidad hasta decirle al jefe que su idea del nuevo reporte es “poco práctica”.

Recuerda, el alcohol desinhibe, pero la memoria de tus compañeros y las cámaras de los celulares son para siempre. Evita ser el protagonista del video viral del lunes por la mañana. Mídele el agua a los camotes y alterna el trago con un vasito de agua o un refresco para no perder el piso.
Pedir aumento o reclamar: la peor idea de la noche
La música está a todo volumen, el jefe ya se quitó el saco y hasta está bailando la de “No rompas más”. En tu mente, nublada por el ponche, parece el momento perfecto para acercarte y decirle: “Jefecito, ahora sí, hablemos de ese aumento”. ¡Error!

La fiesta es para convivir, no para negociar. Lo más seguro es que al día siguiente el jefe no se acuerde de nada o, peor aún, que sí se acuerde y te vea como el inoportuno de la noche. Los temas de trabajo, aumentos, quejas y proyectos se quedan en la oficina.
El outfit: ni para la iglesia, ni para el antro de moda
El código de vestimenta no es una sugerencia, es la ley.
Aunque el ambiente sea relajado, sigues estando en un evento de la empresa. Evita los escotes profundos, las faldas demasiado cortas o esa camisa abierta hasta el ombligo que guardas para el fin de semana en Acapulco.
Tampoco te vayas al otro extremo y llegues con el uniforme de la oficina. Busca un equilibrio: arréglate, ponte algo que te haga sentir bien, pero sin perder de vista que sigues siendo un profesional. Piensa en un “viernes casual” pero con más brillo.
Cuidado con los pies: la comodidad es tu mejor aliada
Mujeres, esos tacones de 15 centímetros se ven espectaculares, pero después de dos horas de estar de pie y tres cumbias bien bailadas, tus pies te lo van a reclamar. Si no quieres terminar descalza en la pista de baile (¡un clásico!), elige un calzado más cómodo o lleva unos zapatos bajos de repuesto. Tu dignidad y tus tobillos te lo agradecerán.
La convivencia: de la grilla a las confesiones de amor
El chisme: el platillo que amarga la cena
La posada es el caldo de cultivo perfecto para el chismecito. Con el ambiente relajado, es fácil que las conversaciones se desvíen hacia quién anda con quién, a quién le van a dar el nuevo puesto o por qué el de sistemas siempre come atún.

¡Aguas! No sabes quién está escuchando. La persona de la que hablas podría estar justo detrás de ti sirviéndose más romeritos. Mantén la conversación ligera y positiva. Habla de música, de planes para las vacaciones, de la serie de moda, pero deja la grilla de la oficina para otro momento (o mejor, para nunca).
Declaraciones de amor (o de lo que sea) no solicitadas
El calor de las copas puede hacerte sentir que es el momento ideal para confesarle tus sentimientos a ese compañero o compañera que te gusta desde febrero. Piénsalo dos veces. Una declaración en medio de la fiesta puede terminar en un momento muy incómodo para ambos.

Lo mismo aplica para las amistades. No es el lugar para decirle a tu “amigo del alma” del cubículo de al lado todos sus defectos o para hacerle un drama porque no te invitó a su carne asada. Guarda las conversaciones profundas y personales para un café, no para la pista de baile.
El gran final: saber cuándo retirarse es de sabios
No seas el último en apagar la luz
Hay una regla no escrita: nunca seas el primero en llegar ni el último en irte. Llegar de los últimos puede hacerte perder parte de la convivencia (y de la cena), pero quedarte hasta que corran a los meseros te pone en una posición vulnerable.

Las mejores anécdotas de terror de las posadas suelen ocurrir en las últimas horas, cuando ya solo quedan los más “alegres”. Retírate a una hora decente, cuando la fiesta todavía está en su apogeo. Así dejarás un buen recuerdo y evitarás ser parte del recuento de daños del día siguiente.
El “after”: piénsalo dos veces
Es común que un grupo de valientes decida seguir la fiesta en otro lado. Antes de unirte al “after”, evalúa la situación. ¿Vas con gente de confianza? ¿Realmente tienes ganas de seguir o solo te estás dejando llevar?
Recuerda que, aunque ya no sea el evento oficial, sigues estando con gente de tu trabajo. Cualquier cosa que pase en el “after” también puede llegar a oídos de todos en la oficina. A veces, la mejor decisión es tomar un taxi directo a casa y soñar con el aguinaldo.

La posada del trabajo es una gran oportunidad para conocer mejor a tus compañeros y relajarte, pero siempre con un ojo al gato y otro al garabato. ¡Disfruta, baila, come rico y, sobre todo, cuida tu reputación para que en enero sigas teniendo chamba!






