La Ofrenda ya cumplió: ¿Qué alimentos sí te puedes comer y cuáles es mejor despedir?
Llega el 3 de noviembre y nuestro hogar sigue impregnado con el dulce aroma del cempasúchil y el copal. La ofrenda, que montamos con tanto amor y nostalgia, cumplió su misión: nuestros seres queridos vinieron de visita, disfrutaron de su banquete y se llevaron la esencia de cada platillo. Pero ahora, frente a nosotros, queda una mesa llena de comida y surge la pregunta del millón que divide a las familias: ¿nos comemos lo que sobró?

La creencia de nuestros abuelos es clara y hermosa: la comida ya no tiene sabor porque los difuntos se llevaron su alma. Sin embargo, el corazón a veces nos gana y el antojo por ese pan de muerto o ese tamalito nos hace dudar. La realidad es que, por salud y para cuidar a los vivos, hay que saber distinguir qué alimentos todavía son seguros para comer y cuáles, con todo el dolor de nuestro corazón, deben ser desechados.
El gran debate: La tradición contra la seguridad alimentaria
La tradición dice que compartir los alimentos de la ofrenda es una forma de convivir con nuestros difuntos. Sin embargo, la ciencia y la Secretaría de Salud tienen un punto muy importante: la comida que pasa más de cuatro horas a temperatura ambiente entra en una “zona de peligro”, donde las bacterias pueden multiplicarse rápidamente. Y nuestra ofrenda, por lo general, pasa más de 24 horas puesta. Esto no significa que todo se deba tirar, pero sí que debemos ser selectivos.

Los que sí pasan la prueba: ¿Qué se puede rescatar del altar?
Hay varios elementos de la ofrenda que, por su naturaleza, se conservan bien y son seguros para el consumo. Si quieres darte un gustito, puedes confiar en los siguientes:

- Pan de muerto y galletas: Si no están duros como piedra, el pan de muerto, las galletas o el pan dulce suelen ser seguros, sobre todo si se consumen al día siguiente. El azúcar ayuda a conservarlos.
- Calaveritas de azúcar, chocolate y amaranto: ¡Estos son los campeones! El azúcar es un conservante natural, por lo que las calaveritas y otros dulces similares son perfectamente comestibles.
- Fruta entera con cáscara gruesa: Naranjas, mandarinas, jícamas, cañas, plátanos y tejocotes. Mientras la cáscara no esté rota y la fruta se vea en buen estado, solo tienes que pelarla y disfrutarla.
- Bebidas embotelladas y cerradas: El refresco del tío, la cerveza del compadre o la botella de tequila del abuelo están intactas y listas para ser disfrutadas, siempre y cuando nunca las hayas abierto.
- Dulces, semillas y frutos secos: Cacahuates, nueces, pepitas y dulces típicos que vienen empaquetados o que son secos por naturaleza, no representan ningún riesgo.

Con dolor, pero adiós: Lo que es mejor desechar
Aquí viene la parte triste pero necesaria. Hay alimentos que, por su composición, son un paraíso para las bacterias después de estar tanto tiempo al aire libre. Para evitar que el mole de la abuela te mande al hospital, es mejor despedirse de:

- Guisados y platillos preparados: El mole, los tamales, el arroz, la sopa o cualquier otro platillo que hayas cocinado con tanto amor. Son los de mayor riesgo de descomposición.
- Agua, café o atole en vasos o jarros abiertos: Estos líquidos han estado expuestos al polvo, al ambiente y a posibles insectos. Es mejor tirarlos.
- Fruta picada o sin cáscara: Si pusiste rebanadas de naranja, jícama o cualquier otra fruta ya cortada, su tiempo de vida seguro ya pasó.
- Cualquier alimento que se vea o huela mal: Este es el consejo más importante. Usa tus sentidos. Si algo tiene un color extraño, una textura babosa o un olor agrio, no lo dudes ni un segundo y deséchalo.

El último adiós: ¿Qué hacer con la comida que se retira?
Tirar la comida que preparamos con tanto cariño puede sentirse como una falta de respeto. Una alternativa, muy arraigada en algunas comunidades, es devolverla a la tierra. Puedes enterrar los alimentos en tu jardín o en una maceta grande. De esta forma, simbólicamente, la comida regresa a la Madre Tierra, cerrando el ciclo de la vida de una manera respetuosa y natural.

Recuerda que la ofrenda ya cumplió su propósito más importante: ser un puente de amor y memoria entre nosotros y los que se adelantaron. Cuidar nuestra salud es, también, una forma de honrarlos.






