El camino de las almas: Así es el recorrido por el Mictlán que inspira el Día de Muertos

Kenia Espinosa

2025-10-29

Mictlantecuhtli, señor del inframundo, es una figura poderosa en la leyenda del Mictlán, cuyo rostro nos recuerda el ciclo inevitable de la vida y la muerte.

Mictlán: La leyenda de los 9 niveles que inspira el Día de Muertos

El Día de Muertos es una celebración llena de nostalgia, música y recuerdos que nos conecta con aquellos que ya no están. En el corazón de esta tradición se encuentra una antigua leyenda que nuestros antepasados nos legaron: el viaje al Mictlán. Esta historia, parte fundamental de la visión del mundo de la cultura mexica, narra el complejo camino que las almas deben recorrer para encontrar el descanso definitivo.

Representación artística del Mictlán, el inframundo mexica con sus pirámides y templos, escenario de la leyenda de los 9 niveles que las almas recorren.

Lejos de ser un lugar de castigo, el Mictlán era concebido como el destino para quienes fallecían por causas naturales. Sin importar si en vida fueron ricos o pobres, la mayoría de las personas emprendían este viaje. La forma de morir era lo que definía el destino del alma; por ejemplo, los guerreros caídos en batalla o las mujeres que morían en el parto tenían otros paraísos destinados.

El recorrido por el Mictlán no era sencillo. Duraba cuatro años, un tiempo simbólico en el que el alma se desprendía de su cuerpo y de sus ataduras terrenales a través de nueve desafiantes niveles.

El inicio del viaje: Cruzar el río con ayuda

El primer nivel es conocido como Itzcuintlán o “lugar en que habita el perro”. Aquí, las almas se encontraban con un profundo y caudaloso río llamado Apanohuacalhuia, que marcaba la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Para cruzarlo, necesitaban la ayuda de un xoloitzcuintle, el perro sin pelo de origen mexicano.

Un alma junto a su perro xoloitzcuintle en la orilla del río Apanohuacalhuia, el primer nivel del Mictlán, un paso crucial en la leyenda.

Según la tradición, solo las almas que habían tratado bien a los perros en vida recibían la ayuda de este guía espiritual. El xoloitzcuintle cruzaba al difunto sobre su lomo, permitiéndole continuar su camino. Quienes no eran dignos de esta ayuda quedaban condenados a vagar por la orilla del río para siempre.

Los obstáculos de la naturaleza y el espíritu

Una vez cruzado el río, el alma enfrentaba una serie de pruebas en paisajes inhóspitos. El segundo nivel, Tepectli Monamictlán, era el “lugar en que se juntan las montañas”. Aquí, dos grandes cerros chocaban entre sí de forma continua, y el difunto debía encontrar el momento exacto para pasar sin ser aplastado.

 Un alma llegando al final de su viaje por el Mictlán, cayendo hacia el descanso eterno en el Chicunamictlán, como lo describe la leyenda prehispánica.

El tercer nivel era el Iztepetl, una montaña cubierta de filosos pedernales de obsidiana que desgarraban la piel de los muertos mientras la escalaban. Le seguía el Itzehecayan, un lugar desolado y helado donde soplaban vientos cortantes como navajas. Se dice que en esta fase el alma perdía toda sensación corporal.

El quinto nivel, llamado Paniecatacoyan, era un desierto donde la gravedad no existía. Los vientos arrastraban a las almas de un lado a otro sin control, como si fueran banderas.

Las pruebas de valor y purificación

Superados los desiertos de viento, el alma llegaba al sexto nivel, Timiminaloayan. Este era un sendero del que salían manos invisibles que lanzaban flechas para saetear a los difuntos. El objetivo era cruzar sin ser alcanzado por estas saetas que buscaban desangrar el espíritu.

Representación del Tlalocan, uno de los destinos para las almas según la cosmogonía mexica, distinto al Mictlán, al que iban quienes morían por causas relacionadas con el agua.

El séptimo nivel era el Teyollocualoyan, donde las fieras salvajes, como jaguares, abrían el pecho del difunto para comerse su corazón. Aunque suena aterrador, este acto era parte de un proceso de purificación, pues al entregar el corazón, el alma se liberaba de las pasiones y los tormentos de la vida.

Mictlantecuhtli, el señor del Mictlán, observando el paso de las almas en su viaje por el inframundo, un personaje central en la leyenda del Día de Muertos.

En el octavo nivel, Apanohualoyan, el alma debía cruzar un cuerpo de aguas negras, el Apanhuiayo, donde finalmente se despojaba de sus últimas vestiduras terrenales, completando su proceso de limpieza espiritual.

El descanso eterno en el Mictlán

Finalmente, tras cuatro largos años de pruebas, el alma llegaba al noveno y último nivel: el Chicunamictlán. Este era un lugar de niebla densa donde la vista se perdía y el cansancio llegaba a su fin. Aquí, el alma se liberaba por completo de su sufrimiento y se volvía una con la totalidad.

 Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, los señores del Mictlán, representados en una pintura. La leyenda cuenta que ellos gobernaban el destino final de las almas.

En este espacio habitaban Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, el señor y la señora de la muerte, quienes gobernaban el inframundo. Al llegar ante ellos, el viaje terminaba y el alma encontraba por fin el anhelado descanso eterno. Esta leyenda nos recuerda que, para las culturas prehispánicas, la muerte no era un final, sino una transformación y un regreso al origen.

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