Markolino Dimond: La historia del pianista genial que murió en el olvido
En las calles del Lower East Side de Nueva York, durante los años 60 y 70, el sonido de la salsa se estaba forjando. Entre los grandes nombres que hoy recordamos, existió un talento desbordante, un pianista cuyas manos parecían volar sobre las teclas, creando melodías que eran pura vida y sentimiento. Su nombre era Mark Alexander Dimond, mejor conocido como Markolino Dimond, un músico cuya carrera fue tan brillante como breve, y cuya vida estuvo marcada por un genio musical y demonios personales que finalmente lo consumieron.

El surgimiento de un talento único
Markolino Dimond nació en Filadelfia en 1950, pero creció en el vibrante y duro ambiente de Nueva York. Desde muy joven, demostró una habilidad fuera de lo común para el piano. Su estilo era una mezcla explosiva: tenía la base del son montuno cubano, la complejidad del jazz y una energía callejera que lo hacía inconfundible. No era un pianista más; era un innovador, un adelantado a su tiempo.

Su gran oportunidad llegó a finales de los años 60, cuando un joven trombonista llamado Willie Colón lo reclutó para su orquesta. Con apenas 17 años, Markolino se unió a una banda que estaba redefiniendo la música latina, al lado de una voz que se convertiría en leyenda: Héctor Lavoe. Su participación en álbumes como “The Hustler” (1968) y “Guisando” (1969) dejó una marca imborrable. Temas como “Guajirón” mostraron su capacidad para crear montunos hipnóticos y solos que desafiaban las estructuras tradicionales de la salsa.
“Brujería”: Un disco de culto y el inicio del fin
A pesar de su innegable talento, Markolino luchaba contra una fuerte adicción a la heroína, un problema que lo acompañó desde la adolescencia. Su comportamiento errático, las tardanzas y los problemas que generaba hicieron que su tiempo con Willie Colón terminara pronto. Sin embargo, su genio no podía ser contenido.

En 1971, Markolino Dimond emprendió su propio proyecto y grabó el álbum “Brujería”. Para este disco, se unió a un joven cantante que también haría historia: Ángel Canales. “Brujería” es considerado hoy una joya de la salsa dura. En esta producción, Dimond no solo tocó el piano, sino que también compuso y arregló la mayoría de los temas, demostrando su visión musical completa. Canciones como “El Barrio” y “Aguardiente” son un testimonio de su creatividad.

Lamentablemente, los mismos problemas que lo alejaron de la orquesta de Colón provocaron que sus propios músicos decidieran continuar sin él, ahora bajo el liderazgo de Canales. La industria musical, años más tarde, incluso reeditó el disco cambiando la carátula para destacar a Ángel Canales, dejando el nombre de Markolino en un segundo plano.
Colaboraciones estelares y un último destello de genialidad
Aunque su carrera como líder de banda fue corta, el talento de Markolino seguía siendo solicitado por los grandes. En 1974, fue invitado a grabar en el primer disco como solista de Héctor Lavoe, “La Voz”. Su piano se puede escuchar en temas icónicos como “El Todopoderoso” y, especialmente, en “Rompe Saragüey”, donde ejecuta uno de los solos más celebrados por los conocedores de la salsa. También participó en el debut como solista de Ismael Quintana, dejando su huella en la canción “Mi Debilidad”.

En 1975, Markolino lanzó el que sería su último gran proyecto en la salsa: “Beethoven’s V”. Este álbum, una fusión audaz de música clásica con ritmos afrolatinos, fue la cúspide de su carrera y una muestra de su espíritu innovador. Con la voz de Frankie Dante, el disco se convirtió en una pieza de culto, demostrando que Dimond estaba muy por delante de su época.
El olvido y un legado que perdura en la música
Después de “Beethoven’s V”, la presencia de Markolino Dimond en la escena musical comenzó a desvanecerse. Participó en algunas grabaciones más, pero su adicción se agravó. Se alejó de los estudios y de los escenarios, desapareciendo del ambiente que una vez lo vio brillar.
La vida de Markolino Dimond terminó de forma trágica en 1986, a los 36 años, en Oakland, California. Murió lejos de los reflectores, casi en el olvido, víctima de las consecuencias de sus adicciones.
Hoy, aunque su nombre no sea tan conocido como el de otras estrellas de la Fania, su música sigue viva. Markolino Dimond es una figura de culto, un “músico de músicos” admirado por su técnica, su creatividad y su alma atormentada que se desbordaba en cada nota. Su historia es un recordatorio de que, a veces, los más grandes talentos son también los más frágiles. Escuchar su piano es conectar con la esencia de la salsa brava, con el dolor y la alegría de un genio que, aunque vivió poco, dejó un eco eterno.






