¿Por Qué Guardamos Bolsas en Otra Bolsa y le Hablamos al Carro?
Seamos sinceras, comadre. Todas tenemos nuestras “cositas”. Esas manías que hacemos casi sin pensar y que, si alguien nos viera, probablemente soltaría una carcajada. Desde tener una bolsa dedicada a guardar más bolsas, hasta echarle pleito al microondas porque no calienta bien.
No, no necesitas terapia (o tal vez sí, pero por otras cosas). Hoy, en Sabrosita Digital, nos sentamos en el diván para hacerle un “psicoanálisis” de a mentiritas a esas costumbres chistosas que nos unen. Porque al final del día, reírnos de nosotras mismas es la mejor medicina.
El Síndrome del “Por si se Ofrece”: ¿Por Qué Guardamos Todo?
Empecemos por el clásico de clásicos: la acumulación estratégica. Si abrimos el gabinete debajo del fregadero en la mayoría de nuestras casas, encontraremos una matrioshka de plástico: una bolsa de supermercado que contiene cientos de otras bolsas dobladas con una precisión que ni en el ejército. ¿La razón? El poderoso mantra del “por si se ofrece”.

Este instinto de supervivencia doméstica también aplica para los envases de yogurt, los frascos de café y, por supuesto, los botes de crema o de helado que se convierten en el verdadero y original sistema de tuppers de México. No es tacañería, es inteligencia financiera y ecológica. En nuestro “psicoanálisis”, esta costumbre no habla de desorden, sino de un cerebro preparado para el futuro. Somos mujeres previsoras que sabemos que un buen bote de a litro siempre será útil para los frijoles o la sopa.
Conversaciones con el Más Allá (y con el Tostador)
Otra joya de nuestras costumbres es la necesidad de platicar con objetos inanimados. ¿A poco no le has echado porras al carro para que arranque en la mañana? O le has pedido “con cariñito” a la licuadora que ahora sí muela bien el chile. Y ni hablar de la clásica regañada a la esquina del mueble con la que te acabas de pegar en el dedo chiquito del pie.

Este hábito de hablar solas o con las cosas no es señal de locura, sino de un cerebro que necesita desahogarse. Es una forma de procesar la frustración y hasta de darnos ánimos. En lugar de gritarle al mundo, personalizamos al objeto y le soltamos todo el rollo. Es más barato que ir a terapia y, a veces, hasta funciona. El carro, misteriosamente, termina arrancando.

Rituales Sagrados: De Tocar Madera a Revisar la Estufa Tres Veces
Todas tenemos pequeños rituales que nos dan seguridad. El más común es el de la triple revisión antes de salir de casa: ¿cerré la puerta?, ¿apagué la estufa?, ¿desconecté la plancha? Y aunque ya sabemos que sí, regresamos a comprobarlo “por si las moscas”.

A esto se suman las pequeñas supersticiones que nos heredaron las abuelas. Tocar madera para alejar la mala suerte, persignarnos al pasar por una iglesia o el infalible “sana, sana, colita de rana” que, admitámoslo, seguimos aplicando con nuestros hijos, sobrinos y hasta con nosotras mismas. Estos no son simples hábitos; son anclas emocionales. Son pequeñas ceremonias que nos hacen sentir que tenemos un poquito de control en un mundo caótico. Nos conectan con nuestra infancia y nos dan una sensación de paz.
El Museo de la Casa: ¿Por Qué las Cosas Bonitas son ‘Para las Visitas’?
Finalmente, hablemos del fenómeno de “la vajilla buena”. En casi todas las casas existe un juego de platos, vasos y hasta toallas que viven encerrados en una vitrina, esperando una ocasión especial que casi nunca llega. Son las cosas “para las visitas”.

Esta costumbre no es por ser egoístas con nosotras mismas. Es un acto de hospitalidad y respeto. Queremos ofrecer lo mejor a quienes nos visitan. Es una forma de decir “eres importante para mí”. Sin embargo, este psicoanálisis sabrosito termina con un consejo: ¡usa la vajilla buena, comadre! Celébrate a ti misma un martes cualquiera. La visita más importante que tienes todos los días eres tú.
Así que la próxima vez que te caches guardando un frasco de mayonesa o regañando a la tele, no te apenes. Sonríe y piensa que esas pequeñas “locuras” son parte de tu encanto, de tu historia y de lo que nos hace maravillosamente humanas.