Confesiones de una junta: Lo que todas pensamos pero nunca decimos en voz alta
No importa si estás en una oficina con aire acondicionado, en el patio de la unidad para la junta de vecinos, organizando los puestos del tianguis o en la base de taxis discutiendo la nueva tarifa. Hay un lugar donde todos somos iguales: la junta. Ese espacio sagrado donde el tiempo parece detenerse y nuestra mente comienza un monólogo que, si se dijera en voz alta, cambiaría todo.
Las juntas son necesarias, sí. Para ponernos de acuerdo, para resolver problemas, para organizar la kermés del edificio o la estrategia de ventas del mes. Pero seamos honestos, mientras alguien presenta por décima vez el mismo punto, nuestra cabeza está en otro universo. Estos son algunos de esos pensamientos que nos unen, sin importar a qué nos dediquemos.
1. “Esto se arreglaba con un mensaje de WhatsApp”
Es el pensamiento número uno, el himno no oficial de las juntas modernas. Escuchas al jefe, al administrador del condominio o al líder de la ruta explicar algo durante quince minutos y por dentro solo puedes pensar: “Una foto, un audio de un minuto o un texto en el grupo hubieran bastado”. Este sentimiento de que tu tiempo es valioso y podría usarse para algo más productivo es universal. Es la lucha silenciosa contra la “juntitis”.

2. El cálculo mental: “¿A qué hora acaba esto para que me dé tiempo de…?”
Mientras una persona habla, tu cerebro se convierte en una supercomputadora. Empiezas a calcular: “Si esto termina a las 6, llego al mercado antes de que cierren”, “Si salimos en 20 minutos, alcanzo a recoger a los niños sin correr”, o el clásico de oficina, “¿Me dará tiempo de ir por un café antes de la siguiente tarea?”. La junta se convierte en un obstáculo entre tú y tu siguiente misión del día, y cada minuto que se alarga se siente como una pequeña derrota.

3. “Ya entendimos ese punto, por favor, siguiente tema”
En toda reunión existe esa persona que se enamora de su propia voz. Repite la misma idea una y otra vez, con diferentes palabras, como si la repetición la hiciera más importante. Por dentro, todos estamos unidos en un grito silencioso: “¡YA, AVANCEMOS!”. Asentimos con la cabeza y ponemos cara de interés, pero en nuestra mente ya estamos pasando al siguiente punto de la lista, aunque el orador siga estancado en el primero.

4. El pánico del final: “Que nadie pregunte nada, que nadie pregunte nada”
La junta está a punto de terminar. El líder dice la frase mágica: “¿Alguien tiene alguna otra pregunta o comentario?”. En ese instante, un terror colectivo recorre la sala. Todas las miradas se mueven discretamente, rezando para que nadie levante la mano. Porque siempre hay alguien que tiene “solo una preguntita rápida” que termina alargando la reunión otros 30 minutos. Es el villano anónimo de todas las juntas.

5. La mente se va de viaje: La lista del súper y otros pendientes
De repente, te das cuenta de que llevas cinco minutos con la mirada fija en un punto de la pared. No has escuchado nada. En su lugar, tu mente ha hecho un recorrido completo: planeaste el menú de la semana, recordaste que no has pagado el gas, te preocupaste por la tarea de los niños y hasta te acordaste de una canción de cumbia que no puedes sacarte de la cabeza. Regresas a la realidad justo a tiempo para asentir con la cabeza y fingir que estabas poniendo toda tu atención.

6. El debate interno: “¿Digo lo que pienso o mejor me callo?”
A veces tienes una buena idea o una opinión diferente, pero entonces comienza una batalla en tu cabeza. “¿Y si lo que digo es una tontería?”, “¿Y si por mi culpa esto se alarga más?”, “Mejor no digo nada, total, van a hacer lo que quieran”. Esta autocensura para evitar conflictos o, simplemente, para acelerar el final de la junta, es más común de lo que creemos.

7. “Estoy de acuerdo con mi compañero/a”
Esta es la frase clave para mostrar participación sin comprometerte y, sobre todo, sin alargar la conversación. Cuando alguien dice algo que suena lógico y quieres que la junta avance, apoyar la moción es la estrategia más inteligente. Es una forma de decir: “Suena bien, ya vámonos”.

Al final del día, estas reuniones son un mal necesario. Pero la próxima vez que estés en una, mira a tu alrededor. Es muy probable que la persona de al lado también esté pensando en qué va a hacer de cenar. Y en ese pensamiento compartido, hay una extraña y divertida conexión.






