El objeto más buscado de tu casa: La misteriosa desaparición del control remoto

Kenia Espinosa

2025-11-03

El simple acto de presionar un botón puede ser una declaración de guerra en la sala de estar.

El Cetro del Poder: La Eterna y Absurda Batalla por el Control Remoto

En cada hogar hay un objeto que posee más poder que el dinero, más misterio que un capítulo de La Rosa de Guadalupe y que causa más peleas que la última herencia de la tía Enriqueta. Hablamos, por supuesto, del control remoto. Ese pedazo de plástico con botones que se transforma en el cetro del rey (o la reina) del sillón.

Persona con los pies en alto y el control remoto en la mano, disfrutando de su reinado en el sillón antes de que alguien más lo reclame.

Tenerlo en la mano es tener el poder absoluto. Decides si la familia verá la telenovela, el partido de fútbol o, por octava vez, esa película que a nadie más le gusta. Perderlo es caer en la anarquía, en un abismo de desesperación donde todos se convierten en sospechosos y la sala se transforma en la escena de un crimen.

El Triángulo de las Bermudas del Sillón y otros hoyos negros

La primera ley de la física doméstica establece que “un control remoto en reposo tenderá a desaparecer en el momento más inoportuno”. ¿A punto de empezar tu serie? ¡Puf! Se fue. ¿Van a anunciar al ganador del reality show? ¡Adiós! Pero, ¿a dónde se va?

El control remoto perdido, asomándose entre los cojines de un sillón, su escondite más famoso y el llamado "Triángulo de las Bermudas" del hogar.
  • El Triángulo de las Bermudas: Es el nombre técnico para ese espacio misterioso entre los cojines del sillón. Es una dimensión paralela donde los controles remotos conviven con monedas de 1998, restos de papitas y la dignidad perdida de quien se quedó dormido con la boca abierta.
  • El Camuflaje Perfecto: A veces, el control no se pierde, se mimetiza. Adopta el color de la cobija, se esconde debajo de una revista o se hace pasar por un pedazo de pizza olvidado. Requiere un ojo entrenado para detectarlo.
  • El Viajero Inexplicable: Es cuando aparece en lugares que desafían toda lógica. ¿En el refrigerador? ¿Dentro del bote de la ropa sucia? ¿En el baño? Nadie sabe cómo llegó ahí, pero su presencia es una acusación silenciosa contra toda la familia.
Un hombre desesperado en el suelo buscando el control remoto perdido debajo del sillón, una escena clásica del drama hogareño.

Los Sospechosos de Siempre: ¿Quién fue?

Cuando el control desaparece, todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario. El interrogatorio familiar es más intenso que en cualquier programa de detectives.

  • El Acaparador Inconsciente: Generalmente es el papá o el abuelo. Se queda dormido viendo las noticias y abraza el control como si fuera un osito de peluche. Intentar quitárselo es una misión de alto riesgo que puede despertarlo.
  • El Secuestrador Juvenil: Los hijos. Se llevan el control a su cuarto para usarlo con su propia tele y luego “se les olvida” regresarlo. Su coartada siempre es un débil “yo no fui”.
  • El Culpable Inesperado: Tú. Sí, tú. Después de acusar a media familia, levantar los cojines y casi desarmar el sillón, lo encuentras en tu propia bolsa o debajo de la almohada donde lo pusiste “para que no se perdiera”. El oso es monumental.
Hombre en un sillón extendiendo el control remoto, un gesto que puede significar una tregua o el inicio de una tensa negociación familiar.

La Conspiración de las Baterías

Y cuando, por un milagro, el control está a la vista de todos, ocurre la segunda tragedia: las baterías mueren. Siempre en el momento crucial. Ahí empieza la segunda búsqueda frenética, la cacería de baterías por toda la casa, canibalizando el reloj de la pared o el juguete del niño con la esperanza de que aún les quede un poquito de vida.

Un control remoto blanco abandonado sobre una mesa de madera, un objeto inocente que está a punto de desaparecer y causar un caos familiar.

Así que, la próxima vez que el pánico se apodere de tu sala, respira hondo. La búsqueda del control remoto es solo un ritual más de la extraña y maravillosa coreografía que es vivir en familia. Y si todo falla, siempre queda la vieja confiable: levantarse y cambiarle a la tele con el botón. Si es que todavía sabes dónde está.

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