El truco de los 10 segundos que puede salvarte de un mal día (y de un grito)

Kenia Espinosa

2025-11-16

Imagen Nota Sabrosa

Si los niños y el tráfico te sacan de quicio, necesitas leer estos 2 consejos

La vida moderna parece una carrera contra el reloj. Corremos para llevar a los niños a la escuela, para llegar al trabajo, para hacer la comida, para pagar las cuentas. Y en medio de todo ese ajetreo, hay una vocecita que nos dice: “¡Más rápido, más rápido!”. Cuando las cosas no salen como esperamos —el tráfico no avanza, el internet se pone lento o los niños no quieren hacer la tarea—, es fácil sentir que un volcán está a punto de hacer erupción dentro de nosotras.

Ese volcán es la impaciencia, una emoción que nos agota, nos estresa y puede dañar la relación con las personas que más queremos. Perder la paciencia no te hace una mala persona ni una mala madre; te hace humana. Sin embargo, aprender a manejarla es uno de los regalos más grandes que puedes darte a ti misma y a tu familia.

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo ser pacientes?

Vivimos en la era de lo inmediato. Queremos una respuesta y la tenemos al instante con un mensaje de WhatsApp. Queremos ver una película y la ponemos al momento en el celular. Nuestro cerebro se ha acostumbrado a tener todo “para ya”. Por eso, cuando la realidad nos obliga a esperar, nos sentimos frustradas y ansiosas.

La paciencia no es aguantar y reprimir el enojo hasta que ya no puedas más. La verdadera paciencia es la capacidad de mantener la calma y la serenidad frente a la adversidad o la espera. Es ese pequeño espacio que creamos entre lo que pasa y cómo reaccionamos. No se trata de no sentir, sino de elegir qué hacer con lo que sentimos.

La paciencia como un acto de amor propio

Ser paciente no solo beneficia a los demás, sino que te beneficia principalmente a ti. Cuando reaccionas con impulsividad, tu cuerpo se llena de estrés, tu presión arterial sube y tu mente se nubla. En cambio, cuando logras mantener la calma, tomas mejores decisiones, te sientes más en control y proteges tu paz mental.

Piensa en la paciencia como un músculo: mientras más lo ejercitas, más fuerte se vuelve. No se trata de ser perfectas de un día para otro, sino de practicar un poquito todos los días, especialmente en esos momentos que más nos retan.

Dos consejos útiles y prácticos para no perder la paciencia

No necesitas ir a un retiro espiritual ni meditar por horas. Con estas dos técnicas sencillas, puedes empezar a entrenar tu paciencia hoy mismo.

1. La técnica del semáforo: Alto, Respira y Sigue
Este es un ejercicio de emergencia para cuando sientas que estás a punto de “explotar”. Es fácil de recordar y muy efectivo.

  • Luz Roja (ALTO): En cuanto sientas que la frustración sube, detente. Literalmente, para. No digas nada, no hagas nada. Solo detente por un segundo. Este es el paso más importante, porque interrumpe la reacción automática del enojo.
  • Luz Amarilla (RESPIRA): Ahora, toma tres respiraciones profundas y lentas. Inhala por la nariz contando hasta cuatro y exhala por la boca contando hasta seis. Concéntrate solo en el aire que entra y sale de tu cuerpo. Esta simple acción envía oxígeno a tu cerebro y le dice a tu sistema nervioso que se calme.
  • Luz Verde (SIGUE): Después de respirar, tu mente estará un poco más clara. Ahora pregúntate: “¿Cuál es la forma más inteligente de manejar esto?”. La respuesta que encuentres en este estado de calma será mucho mejor que el grito o el manotazo que estabas a punto de dar.

2. Cambia el disco: Pregúntate “¿Esto importará en un año?”
Muchas veces, nos ahogamos en un vaso de agua por cosas que, en perspectiva, no son tan graves. La impaciencia nos hace sentir que el problema es enorme y urgente. Esta técnica te ayuda a poner las cosas en su lugar.

Cuando estés perdiendo la paciencia porque se te cayó el café, porque tu hijo hizo un berrinche en el súper o porque alguien se te metió en la fila, haz una pausa y pregúntate: “¿Realmente esto importará mañana? ¿La próxima semana? ¿En un año?”.

La mayoría de las veces, la respuesta será “no”. Darte cuenta de la verdadera dimensión del problema le quita poder a la frustración. Te ayuda a “cambiar el disco” de la cabeza, pasando de “¡Qué desastre, todo está mal!” a “Ok, esto es molesto, pero no es el fin del mundo. Puedo manejarlo”.

Recuerda, ser paciente es un camino, no un destino. Habrá días buenos y días malos. Lo importante es ser amable contigo misma y seguir practicando.

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