Adiós, Reina del Sabor: Así fue el emotivo funeral de Celia Cruz
El 16 de julio de 2003, a las 4:55 de la tarde, el mundo salsero se estremeció: Celia Cruz, la eterna Guarachera de Cuba, la voz de mil batallas musicales y la reina indiscutible del sabor, partió de este mundo víctima de un agresivo cáncer cerebral. Pero su despedida fue todo, menos silenciosa.

Un adiós entre lágrimas, flores y mucho, mucho ritmo
El funeral de Celia fue un homenaje a su grandeza. Primero, fue velada en Nueva York, donde miles de personas —de todas las edades, nacionalidades y estilos— hicieron fila durante horas en la Funeraria Frank E. Campbell, en Manhattan. Muchos vestían con trajes coloridos, otros llevaban flores, pelucas y hasta lentejuelas, en honor a los extravagantes looks de la diva.
Después, su cuerpo fue llevado al icónico Teatro Apollo en Harlem, donde Celia brilló en vida y también fue despedida con amor. Ahí, el barrio se desbordó de emoción: aplausos, lágrimas, coros espontáneos de “La vida es un carnaval” y tambores que acompañaban su recuerdo. El legado de Celia ya era inmortal.

Víctor Manuelle y un homenaje de alma salsera
Ya en Miami, durante la misa en la imponente Catedral de San Patricio, se vivió uno de los momentos más conmovedores. El salsero Víctor Manuelle, visiblemente emocionado, le rindió tributo interpretando una versión cargada de sentimiento de La Vida es un Carnaval. Su voz temblaba por momentos, pero se mantuvo fuerte, como el cariño que el género entero le tenía a Celia.
Las lágrimas no se hicieron esperar. Aquella misa no fue un acto solemne, fue un acto de amor. Los asistentes, vestidos de blanco, celebraban la vida de una mujer que jamás pasó desapercibida.
Celia vive, ¡y vive sabroso!
Hoy, en Sabrosita, no decimos adiós, decimos gracias. Gracias a Celia por recordarnos que la salsa no solo se baila, se vive. Que el sabor no está en la boca, sino en el alma. Que no importa cuán difícil se ponga la vida… mientras suene su música, hay fiesta asegurada.
Celia Cruz partió, sí… pero se quedó en cada bongo, en cada clave, en cada “¡Azúcar!” que soltamos al bailar.
