El organillo: la música que marcó el ritmo de una ciudad

🎶 El organillo: la música que marcó el ritmo de una ciudad

En las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México hay sonidos que no se olvidan. Entre el bullicio, los cláxones y las conversaciones que se cruzan al paso, aún hoy se puede escuchar una melodía que parece venir de otra época. Un eco nostálgico que nos transporta al pasado… sí, me refiero al inconfundible sonido del organillo.

Este peculiar instrumento musical, encapsulado en una caja de madera y que cobra vida al girar una manivela, llegó a nuestra ciudad en el último tramo del siglo XIX. Fueron traídos desde Alemania por la casa Wagner & Levien, conocida en aquellos tiempos como una de las proveedoras más importantes de pianos, instrumentos musicales y publicaciones especializadas.

🎼 De salones elegantes al corazón de la ciudad

En sus inicios, estos aparatos eran un lujo reservado para las familias de abolengo. Sonaban en los salones de casas elegantes, como una especie de bocina antigua, con varias melodías precargadas listas para ambientar una reunión sin necesidad de una orquesta completa. Su practicidad, sumada al encanto de su sonido, hizo que muy pronto se volvieran populares.

Y fue justo ahí donde Wagner & Levien vio una oportunidad. Además de venderlos, comenzó a rentarlos a particulares que podían ganarse la vida haciendo sonar sus melodías en plazas, parques y esquinas de barrios tradicionales. Así comenzó el viaje del organillo de los salones privados a los espacios públicos.

Más adelante, otras casas como Frati & Company también comenzaron a fabricar y distribuir estos instrumentos. Aunque su producción se detuvo alrededor de 1930, los organillos nunca dejaron de sonar en las calles mexicanas. Su presencia se volvió parte de la identidad sonora del país, especialmente en la capital.

🇲🇽 Una postal viva de nuestra historia

Con el tiempo, los organilleros adoptaron un uniforme muy particular: pantalón y camisola beige con un quepí estilo militar. Aunque no hay una versión oficial sobre su origen, se cree que se inspiraron en “Los Dorados” de Pancho Villa, aquel grupo de élite de la Revolución Mexicana.

Hoy, ver a un organillero con su instrumento montado sobre un carrito y su uniforme impecable es como mirar una postal viva de la Ciudad de México. Sus melodías —desde Cielito Lindo hasta La Bikina— no solo ambientan nuestras calles, sino que nos conectan con la memoria colectiva de millones de personas que crecieron con ese sonido de fondo.

Porque hay cosas que no pasan de moda…
Porque hay melodías que no necesitan palabras para contar historias…
Y porque en cada giro de manivela, el organillo nos recuerda que la música también se camina.

Con cariño y respeto a las tradiciones sonoras de nuestra tierra,
Miguel Gutiérrez “El Lobo”
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