Buena Vista Social Club: La increíble historia de los abuelitos que pusieron a Cuba en el mapa musical
En 1998, el público del Carnegie Hall de Nueva York, uno de los teatros más prestigiosos del mundo, se puso de pie para ovacionar a un grupo de músicos cubanos. No eran estrellas de pop ni del jazz moderno. Eran, en su mayoría, hombres de avanzada edad, con arrugas que contaban historias y bastones que marcaban el ritmo. Se hacían llamar Buena Vista Social Club, y su concierto en esa ciudad fue la coronación de una de las historias más hermosas y inesperadas de la música.

La suya es una historia de resurrección, un viaje que comenzó en las calles de La Habana de los años 40, pasó por décadas de olvido y terminó en los escenarios más importantes del mundo, demostrando que el arte nunca envejece.
La Habana de los 40: La música del pueblo
Para entender esta historia, hay que viajar a la Cuba de antes de la Revolución. En esa época, existía en La Habana un popular club social llamado “Buena Vista Social Club”. Era un lugar donde la gente del barrio se reunía para bailar al ritmo del son, el bolero y el danzón. Era música del pueblo, para el pueblo.

Sin embargo, con la llegada de la Revolución Cubana en 1959, el mapa cultural de la isla cambió. Los clubes cerraron, la vida nocturna se apagó y muchos de los músicos de esa época dorada quedaron en la penumbra, olvidados por el tiempo. Algunos, como Omara Portuondo y Eliades Ochoa, sobrevivían tocando en pequeños bares para turistas. Otros, como el gran cantante Ibrahim Ferrer, se dedicaban a oficios ajenos a la música, como limpiar zapatos.
El proyecto que lo cambió todo: Un encuentro fallido
A mediados de los 90, el guitarrista estadounidense Ry Cooder, un apasionado de las músicas del mundo, viajó a Cuba con una idea: grabar un disco que mezclara a músicos africanos y cubanos. Sin embargo, los músicos africanos nunca pudieron llegar a la isla por problemas con sus visas.

Con el estudio ya reservado, el proyecto parecía destinado al fracaso. Fue entonces cuando apareció una figura clave: Juan de Marcos González, director del grupo cubano Sierra Maestra. Él conocía de primera mano a los viejos soneros que estaban olvidados y tuvo una idea: en lugar de un disco de fusión, ¿por qué no reunir a esas leyendas y grabar un álbum que rescatara el sonido de la vieja Habana?
La resurrección de las leyendas
Con la ayuda de Juan de Marcos, Ry Cooder comenzó a reunir a un grupo de músicos que eran auténticos tesoros vivientes. Nombres casi míticos volvieron a aparecer:
- Compay Segundo: Ya con casi 90 años, una leyenda de la composición.
- Ibrahim Ferrer: Con su voz intacta, rescatado de su retiro.
- Rubén González: Un pianista virtuoso que ya ni siquiera tenía piano en su casa.
- Omara Portuondo: La gran dama del bolero.

En 1996, todos ellos entraron al histórico estudio Egrem de La Habana. En apenas seis días, y de manera casi improvisada, grabaron un disco lleno de magia. No había trucos ni adornos, solo la fuerza de la música en vivo. Canciones como “Chan Chan”, “Dos Gardenias” y “El Cuarto de Tula” no eran nuevas, pero en esas voces sonaban a resurrección.
El éxito que nadie esperaba
El disco, titulado “Buena Vista Social Club”, se publicó en 1997 y, contra todo pronóstico, se convirtió en un fenómeno mundial. Vendió más de ocho millones de copias, ganó un Grammy y puso a Cuba de nuevo en el mapa musical internacional.
El éxito fue tan grande que el cineasta alemán Wim Wenders decidió filmar un documental sobre el grupo, mostrando no solo sus conciertos en Ámsterdam y Nueva York, sino también las calles de La Habana y las historias de vida de estos músicos.
El Buena Vista Social Club demostró que la música no tiene edad y que el arte puede esperar toda una vida para brillar. Fue la segunda oportunidad para un grupo de abuelitos que, con su son y su bolero, conquistaron el corazón del mundo.